Las protestas por los impagos del turno de oficio centran últimamente las acciones reivindicativas de abogados y abogadas. Esas protestas son en sí mismas evidentes, no hay justificación posible para quien paga tarde la miseria.
Sin embargo, tras esas protestas, se percibe la ira de una profesión indignada.
Indignada con el desprecio o demonización a la que la someten los sucesivos gobiernos.
Indignada porque abogadas y abogados sufren unas condiciones de trabajo en que la conciliación familiar es imposible, de hecho hasta agonizar y morir es un trance que los abogados viven cumplimentando plazos porque ni siquiera para morir se detienen los plazos procesales.
Indignada porque grupos de presión poderosos logran objetivos que los abogados, individualmente, no logran defender y como colectivo ni se ha intentado. Los accidentes de tráfico —que antes se veían en juicio con todas las garantías para las víctimas— ahora mayoritariamente se tramitan de forma burocrática; las costas judiciales aparecen limitadas por unos letrados de la administración de justicia cada vez más proclives a ejercer de juez único en estos casos; la caracterización del ejercicio profesional como un simple «servicio» por la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia permite unas reglas de juego incompatibles con el primer objetivo de la profesión: defender derechos ajenos. Los divorcios a 150€ pueden ser maravillosos desde el punto de vista del mercado y de la competencia pero el objetivo de un divorcio no es ser barato sino defender los intereses de menores y ciudadanos que se juegan en ellos gran parte de su futuro y su felicidad.
Sí, la protesta por los impagos del turno de oficio es evidente, justa y necesaria; pero, bajo ella, late todo un mar de injusticias que aquejan a la profesión y que conviene verbalizar y defender si queremos seguir ejerciendo esta digna profesión de abogados y no ser empujados a un ejercicio sin principios ni dignidad.
Ayer muchos se manifestaron en muchos lugares de España, gracias compañeros.